El precio de la edad. Liderazgo personal y profesional

Hubo una época en mi vida en la que ser la más joven era lo habitual. Pero pasó. Y ahora me encuentro con que, a mi alrededor, las personas con las que me relaciono tienen, en muchas ocasiones, menos años que yo. Desde luego ya he dejado de ser siempre la de menor edad.

¿Qué ha cambiado en mi vida? La vida, yo en ella.

 

¿Me preocupan los años vividos? 

 

Parece que sí cuando me miro al espejo y me fijo en las arrugas alrededor de los ojos que sonríen o en el entrecejo marcado por el esfuerzo de esa mirada. También cuando me peino un pelo que nace irremediablemente blanco o que incluso decide no seguir saliendo, y las canas coloreadas van ocupando su lugar en mi cabeza. O cuando me centro en los brazos de amplios movimientos como banderas hondeando al viento.

 

¿De qué manera siento esos años que cuento cronológicamente en mi cuerpo?

 

A veces creo que antes era más fácil. Pero sólo hasta que caigo en la cuenta de todo lo que por aquel entonces sufría, gratuitamente quizá o no, porque el dolor se siente de la manera que podemos en cada momento. Hoy tiene otro significado. Entonces, el que le di. 

Nací en pleno baby-boom, soy fruto de aquella eclosión del bienestar. Desde entonces, España ha seguido un marcado proceso de envejecimiento. Según los datos del Padrón Continuo de la Población que publica el INE (Instituto Nacional de Estadística), a 1 de enero de 2016 había  8.657.705 personas mayores, es decir, de 65 y más años, representando un 18,4% sobre el total de la población (46.557.008). Dentro de los mayores, la proporción de octogenarios crece aún en mayor medida, respecto a padrones anteriores, representando el 6,0% de toda la población. 

Otro dato revelador es que la población se hace cada vez más femenina, en el sentido de diferenciar el sexo entre hombres y mujeres, predominado en la vejez el número de éstas. En el Padrón de 2016, hay un 32,9% más de mujeres (4.940.008) que de hombres (3.717.697).

De pequeña vivía en un mundo de jóvenes, en un país que tenía una pirámide de población estándar. En ella, la fracción más extensa ocupaba la base, representando a los más jóvenes, y decreciendo, según ascendía, hasta la cúspide, ocupada por las personas más mayores. Y la niña que era imaginaba un futuro parecido, con muchas personas jóvenes que trabajaban y se esforzaban por tener una vida mejor. 

Mis abuelas vestían de negro, siempre en mi vida, las recuerdo de luto. Las personas mayores que conocí eran muy mayores, creía yo. Mis padres eran mayores. Ahora que pienso en ellos, los veo así, hasta que los comparo conmigo misma. Y entonces dejan de ser tan mayores para ser, simplemente, de la edad que eran, las de sus vidas y sus sueños. 

Para 2066, las proyecciones del INE señalan que habrá 14 millones de personas mayores, un 34,6% del total de la población, que alcanzará los 41.068.643 habitantes. Mientras la población total disminuye, los mayores ganan peso en ella y más aún los más mayores. En 2066 habrá 5,5 millones de habitantes menos que los que revelaron el último Padrón de 2016.

En esa población super-envejecida, las cosas no van a poder ser como yo las imaginaba de pequeña. Su estructura social va a cambiar. Las mismas proyecciones estadísticas prevén que hacia 2050 las personas mayores serán el doble que las existentes en la actualidad, y tres veces más que la cifra de niños. Mientras que quienes estén en la que ahora consideramos edad laboral, habrán reducido su peso. La imagen gráfica de “pirámide” pasará a “pilar”. Para 2024 la generación del baby-boom empezará a llegar a la orilla de la jubilación. A esa despedida del mundo laboral, se le suma el incremento de necesidades de prestaciones socio-sanitarias. Ésta es la visión que tenemos de esa edad, la que se ha construido, a partir de la realidad, y la que se fomenta desde muchos ámbitos.

 

El estado del bienestar

 

El estado de bienestar de las personas, su capacidad para desenvolverse en la vida diaria y la esperanza de vida, son conceptos clave a la hora de redefinir la edad de jubilación. Hasta la fecha, se toma como referencia los 65 años, en una medida de “edad cronológica” de la vida. A esa edad, hace años, las personas llegaban en condiciones de casi dar por cerrada su capacidad para vivir con interés lo que les restara de tiempo vital. De hecho, en no pocas ocasiones, se terminaba la vida literalmente. De golpe aparecía todo el deterioro acumulado físico, que, junto a la pérdida de relaciones sociales y afectivas, aceleraban el final cierto de la vida. Una vida que dejaba de ser útil en un momento exacto, de cara a la sociedad productiva. Con excepciones, las personas gozaban de la salud física, mental y emocional necesaria para continuar viviendo con interés. 

Para paliar ese momento en el que supuestamente se cruza el umbral de productividad, se diseñan planes de pensiones y se ensayan escenarios alternativos al laboral. Paradójicamente, cada vez más las personas son jubiladas antes y cada vez son más competentes física, social y psicológicamente aún a edades avanzadas. 

Pero la sociedad sigue orientada hacia los jóvenes, valora la juventud y lo que representa. Aunque no se nos diga, con esos años somos más fáciles de orientar, algunos podrían decir, manipular. Con menos años también el rendimiento físico es más alto y las preocupaciones físicas más escasas. 

El pensamiento crítico y el compromiso con los valores propios los vamos generando y desarrollando con el paso de los años. Lo hacemos a fuerza de cuestionar lo que se nos enseña con lo que vivimos realmente, lo que escuchamos con lo que sentimos, lo que se nos ofrece y vende con lo que necesitamos. Podemos utilizar herramientas de indagación tan potentes como el coaching o la PNL o The Work, con el acompañamiento de quienes ejercen la profesión del desarrollo personal y profesional con la excelencia de la honestidad y el valor de su valía.

Volviendo a la estadística que estábamos revisando hoy, ¿y si fijáramos el umbral de inicio de vejez en un punto en el tiempo que fuera moviéndose de acuerdo a los años que se tuvieran por delante? Esto es lo que los expertos proponen ya. Con este criterio de “edad prospectiva”, esa última etapa de la vida arrancaría cuando la esperanza de vida restante fuera de 15 años. Y esta cifra también sería modificable en función de los criterios de valoración del estado de salud y funcionalidad de las personas.

Hay personas, que como yo, no queremos jubilarnos, que entendemos el resto de nuestras vidas como un continuo desarrollo en el que seguir siendo, en la medida de lo posible para cada una, competentes, y estando comprometidas con nosotras mismas. Pero esa competencia y ese compromiso no acaban en nosotras, sino que se trasladan a las personas con las que la vida nos pone en relación en cada etapa. 

 

¿Qué pasa con las personas mayores?

 

A las personas mayores, las retiran del trabajo y se pretende que se hagan a un lado de la responsabilidad social. ¿Interesa a la sociedad que quienes la integramos tengamos criterio propio, una opinión personal, que tomemos nuestras propias decisiones y que participemos de la vida en común en el más amplio y profundo sentido? 

Las empresas y las instituciones no paran de hablar de inclusión, de empoderamiento, de diversidad, de aprovechar el conocimiento y la experiencia. Pero en el día a día, son cada vez más las personas mayores que salen o que se las expulsa del circuito de la productividad y de la relevancia social. Y eso a pesar de todos los datos demográficos que hemos comentado. 

¿Podemos imaginar el futuro que se nos avecina? Una sociedad bajo el criterio y el gobierno de los jóvenes en la que la mayoría son mayores o muy mayores. ¿A dónde se va todo el conocimiento y la experiencia que se nos dice que se necesita mantener y que ayudaría a promover las carreras de los noveles en sus profesiones, de manera que las empresas retuvieran y optimizaran el talento de verdad? Del dicho al hecho…

Me miro en estas líneas y me veo fuerte y decidida, con todos los atributos propios de una edad bonita, la que es, llena de magia y de esperanza. 

Pero ayer mismo, por la tarde, cuando fui a una piscina a preguntar por clases de natación para adultos, la persona que me atendió me dijo, sin preguntarme nada: “hay un límite, los 65 años, a partir de esa edad, o nadas muy bien o no puedes utilizar la piscina”. ¿Cómo te suena esto que acabas de leer? Esta persona, que sería más o menos de mi misma edad, no me preguntó qué esperaba de las clases, qué nivel tenía, ni siquiera cuál era mi edad. Una vez que se me pasó el susto, pude hacerme cargo de la barbaridad que supone, no ya que te llamen mayor, si no que te coloquen fuera del circuito del aprendizaje. A partir de los 65 años allí no puedes aprender a nadar, ni siquiera puedes ir a nadar a no ser que seas ya un experto nadador. ¿Discriminación? Se trata de un centro educativo que lo primero de lo que habla es de “educación en valores”. 

Hay mucho camino por recorrer, incluso para quienes dicen dedicarse a promover una comunidad o una sociedad mejor. El primer paso es el que cada uno podemos dar hacia el convencimiento auténtico de que las personas valemos más que nuestro peso en años. El límite cronológico del valor es un engaño, como la muleta que se le pone al toro para que no embista contra el cuerpo del torero. Es una excusa para no abordar los cambios que la sociedad requiere para dejar de llamarla envejecida frente a la posibilidad de verla como lo que es, cada vez con más personas que tienen más conocimiento y experiencia.

La primera imagen, la de la vejez, nos lleva a la dependencia, al gasto, incluso a percibirla como algo que estorba a los intereses generales de prosperidad y bienestar. La segunda, nos enfrenta a la realidad de personas que aún se sienten vivas y en posesión de derechos, con criterio y capacidad para expresarlo. Cada vez más el límite en el que las personas dejamos de ser útiles a la sociedad se va difuminando y postergando en el tiempo. 

¿Quién en su sano juicio estaría dispuesto a no contar con el consejo y el acompañamiento de quienes más saben y han vivido ese saber? Esto es justo lo que ahora está de moda, el “mentoring”, lo que las empresas, algunas de las más implicadas en su propio desarrollo y mejora, hacen dentro de sus organizaciones: aprovechar el talento y enriquecerse con recursos propios. 

Hace años, a los 65 años se acababa la vida, literalmente. Hoy, es otra etapa de la vida, productiva también, la que continúa. Y aún así, hay quien pretende excluir de la propia vida, de la rentabilidad de la vida, del aprovechamiento del talento, no ya a las personas que han llegado a esa edad catalogada de júbilo, sino a muchas más a las que aún les faltan 15 años como mínimo para alcanzarla.

A partir de cumplir los 50, a veces incluso antes, el mundo laboral cierra las puertas a esa población activa, con criterio, con experiencia, con talento y con ganas de seguir contribuyendo a la mejora de su vida y de la que comparte con el resto.  

Miro a mi alrededor y dejo de sentir desgana, desánimo, dejo de escuchar cuánto le queda al mundo para jubilarse, dejo de ver personas que aspiran a bajarse en la estación más próxima, aligerando, creen, la carga de sus vidas. Quizá sea así para alguna o para muchas. Todos tenemos derecho a elegir cuándo seguir o parar o, incluso, volver a empezar.

 

Pero, ¿qué pasa con los años no vividos? 

 

Prefiero escoger el júbilo sin la jubilación, las ganas de seguir viva, sin dejar de ser útil. Anhelo vivir todos los años de mi vida con la consciencia que la vida me permita aportar. Hace mucho tiempo que deseaba que todo se acabara cuanto antes. Y no hace tanto que temía llegar a un momento en el que la dependencia me limitar las opciones, desde luego la capacidad de elegir conscientemente. Hoy estoy en el tránsito a dejarme, a soltar lo que no voy a necesitar, incluso a necesitar. Pero aún no puedo sentirlo con absoluta presencia y honestidad en mi vida. Aún me gustaría vivir en primera persona, en la que conozco hasta ahora, mi vida.

También sé que vivir es aceptar. Y vivir plenamente es aceptar sin condiciones. Mi madre me enseña. Es mayor, tiene experiencia y conocimiento, y va poco a poco soltando el apego al control, a la decisión consciente, sin saberlo casi, como volviendo a un tiempo de inocencia en el que todo es posible. Pero este paso aún está muy lejos de mi competencia. Aún llevo muletas, las de la necesidad de decidir yo sobre mi vida. 

Para quienes como yo caminan hacia la presencia consciente en sus vidas, desde mi compromiso con el desarrollo personal y profesional de las personas y las organizaciones, me encanta poder acompañar ese descubrimiento. Lo hago a través de procesos de cambio basados en el auténtico coaching, el que se ejerce con honestidad y profesionalidad, y en el mentoring. También como formadora en inteligencia emocional y comunicación con herramientas de la PNL y del Mindfulness. Y, como facilitadora de “The Work” es para mí un privilegio contribuir a esa mirada interior que nos descubre a nosotros mismos y que nos permite vivir la realidad dejando de luchar contra ella.

Os invito a practicar esta indagación con una mirada crítica y amorosa, auténtica, que potencia la verdad de quienes somos, abriendo las ventanas y las puertas de nuestras vidas para que se cuele en ella el aire de libertad y compromiso con la verdad, con el valor. 

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