Empezando por el final. ¿Sabrías decir cuánto estás de implicada en tu relación?
Los sistemas se nutren de las relaciones que las personas establecemos en ellos.
A menudo pensamos que pertenecer a un sistema, ya sea una empresa, un grupo de amigos, una familia, una relación de pareja, una organización social o una comunidad de vecinos, por poner algún ejemplo, nos da derecho a recibir algo de él. Pero, ¿cuántas veces reflexionamos que el sistema tiene el derecho a recibir algo de nosotros?
Dar y recibir son dos caras de una misma moneda. No pueden excluirse. Aunque podamos mirarlas por separado, van siempre juntas, conforman una identidad. Somos lo que damos y cómo lo damos. Y también lo que recibimos y cómo lo recibimos.
Mi madre me manifestaba: “manitas que no dais, ¿qué esperáis?”
Nuestras creencias confirman nuestro paradigma
Cuando las cosas van mal en un sistema o, más exactamente, cuando no van como queremos, como creemos que deberían ir, solemos decir que la relación no marcha y podemos sentir lo que nos molesta y que no tendría que estar pasando. En esos casos, quizá escucharíamos algo parecido a: siempre me toca a mí, ¿ya estás otra vez?, ya lo vemos, te conozco… Y veríamos cosas como: ceños fruncidos y cejas levantadas, muecas y bocas torcidas, dar un paso atrás, ausentarse… Y el ambiente se va llenando de un vapor tóxico capaz de inundar cada rincón de los espacios que compartimos.
Todo lo que hacemos se nutre de lo que está almacenado y disponible en nuestro mapa mental, el de cada uno.
Si creo que el mundo es hostil, encontraré hostilidad en él. Si creo que las relaciones son complicadas, eso será lo que observe en ellas. Si creo que la vida me debe algo, viviré desde la carencia.
Parece sencillo y lógico. Pero mi mente no responde a la lógica en muchos momentos. Desde luego no lo hace en aquellos en los que me siento amenazada, rechazada, cohibida, entristecida, aislada o juzgada.
En estos momentos, la emoción atrapa a la razón y el cuerpo actúa en consecuencia, reflejando esa carga. Mis pensamientos se retroalimentan de emociones que explotan, son apaciguadas o reprimidas. Y mis emociones se nutren de creencias que confirman lo que siento, dándole aparente validez.
Esto me pasa a mí y a las personas con las que me relaciono. Vivimos en comunidad y en ella se da cada una de estas situaciones, entrelazándose las reacciones de unas con las de otras personas. De manera que empleamos estrategias emocionales poco eficaces. Pero, ¿qué podemos hacer?
Los cuatro jinetes del Apocalipsis
Gottman nos habla de “los cuatro jinetes del Apocalipsis” refiriéndose a esas expresiones y comportamientos tóxicos que contaminan nuestros entornos y ponen en peligro las relaciones. El autor las describe y nos propone cómo combatirlas, prevenirlas e, incluso, curarlas.
De manera genérica, las 4 toxinas podrían interpretarse como veremos a continuación, sabiendo que de cada una hay grados, pero todas están presentes y van intercambiándose como personajes de un teatrillo, de una tragicomedia a modo de batán golpeando una y otra vez la ropa.
LA CRÍTICA. Se expresa con la violencia de una queja que se dirige a la persona, que la identifica con eso que se juzga. Es el ataque, la agresividad, la explosión emocional. Podríamos escuchar algo así: eres una incompetente; no sabes hacer tu trabajo; en este sitio no puede salir nada bien.
LA DEFENSA. Suele ser la reacción a una crítica explícita o pensada. A veces, tan dura como la primera; otras, parece casi un suspiro que busca ser excusado. Las palabras que la acompañan serían parecidas a: si llego tarde es por hacer tus encargos; siempre me toca a mí; si me lo hubierais dicho antes.
EL DESPRECIO. Busca ahondar en el desgarro de la piel que ha producido la crítica, y se ayuda del sarcasmo, colocándose por encima de la persona a la que ataca con su burla. A veces sólo es una mueca de asco o de superioridad, o una mirada de desdén; otras, se acompaña de aquellas palabras que se sabe que van a doler más. Algunas frases podrán ser: con esta gente, conseguirlo sería un milagro; lo tuyo no son las cuentas; déjalo, que ya me ocupo yo, no sufras.
EL AISLAMIENTO. De nuevo, suele tratarse de una reacción, como el efecto secundario del sentirse despreciada. A partir de aquí, la persona se repliega sobre esa emoción que la consume, y puede responder huyendo de la situación con una mirada esquiva o abandonándola. En palabras sonaría como un silencio vacío; unos brazos que se cruzan para no dejar escapar lo que sienten; un gesto que demuestra que ya no hay nada que a la persona la una a esa relación.
En nuestro laboratorio, pintamos en el suelo la parrilla de toxinas y pasamos sobre ellas, explorando su fuerza y su debilidad.
Responder a esta actividad es algo más que “hacer una dinámica”, es prepararnos para aportar, aquí y ahora, lo que cada uno percibimos sobre nuestra comunidad y cómo las toxinas están presentes en ella. Supone una actitud valiente y honesta que busca las respuestas desde un lugar de quietud, conectándonos con nuestra sabiduría interior.
En silencio, andamos sobre cada cuadrante dibujado en el suelo para sentir el influjo de la toxina de la que habla y cómo de presente está en la comunicación de esta comunidad, la que experimenta. De manera natural, confiando en que somos esa comunidad que explora sus comportamientos y emociones. Creyendo en la magia de ser un sistema hablando de sí mismo, hacemos un recorrido por cada espacio de información rotulado con el nombre de la toxina y respondemos a las preguntas que nos revelarán la realidad de dónde estamos en la gestión de estos venenos de la relación.
¿Cuál es la toxina más frecuente, la que observamos más?, ¿cuál la más habitual de cada uno?
¿Cómo se expresa, qué comportamientos la revelan?
¿De qué manera una toxina se conecta con otra?, ¿qué toxinas activan a otras y cómo se retroalimentan?
¿Cómo se detectan?, ¿cuál sería una señal de alarma?
¿Qué creencias las mantienen vivas?, ¿en qué se apoyan para desarrollar su toxicidad?
¿De qué nos avisan?, ¿para qué sirven?
¿Qué propuestas de cambio podemos encontrar?
Para avanzar, desde la mirada sistémica, encontramos soluciones que van más allá de un bálsamo aplicado sobre la herida, que llegan al torrente sanguíneo y actúan sobre los tejidos afectados, incluso antes de que se necrose, por eso hablamos de antídotos.
Algunas de estas terapias o propuestas de cambio, que recogeremos en el protocolo de gestión del conflicto, son las siguientes:
CONTRA LA CRÍTICA.
Empezar con suavidad.
Hablar sobre los comportamientos y no de las personas.
Transformar las quejas en peticiones honestas desde lo que cada uno piensa y siente, con la libertad de expresar qué es lo que necesita.
CONTRA LA DEFENSA.
Encontrar esa mínima parte de verdad que puede estar presente en el juicio que me hace estar a la defensiva.
No sentirme aludida personalmente por el juicio del otro.
Pedir que me aclaren lo que hay detrás de esa opinión para entenderla.
Recibir la crítica con curiosidad.
CONTRA EL DESPRECIO.
Sentir el efecto de él en mí misma.
Aceptar que todos tenemos parte de verdad y nadie está por encima de nadie.
Ahorrarme el sarcasmo y transformarlo en información.
Ser responsable de la relación y cuidarla.
CONTRA EL AISLAMIENTO.
Sentirme parte de la relación con todo el derecho a estar en ella.
Aceptar que mi participación es tan relevante como todas y merece ser escuchada.
Observar con curiosidad lo que ocurre cuando participo honestamente.
Descubrir el miedo que hay detrás de la huida.
Una gestión eficaz del conflicto incluye darse cuenta de cuándo aparecen los comportamientos tóxicos, qué los desencadena, cómo se van enredando unos en otros y qué opciones de cambio hay, qué no está dispuesto a hacer el sistema y a qué se compromete activamente a hacer para encontrar una estrategia saludable para la relación.
Podemos sentir el efecto de la toxicidad de estos comportamientos en nosotros mismos hasta el extremo de desvincularnos de la comunidad, de la relación, esperando recibir de ella lo que aún no percibimos que nos dé.
En ese momento la pregunta que surge es: ¿qué regalo vas a aportar a esta comunidad?
De nuevo conectamos con ese lugar de quietud al que mirar en busca del regalo que está esperando ser compartido con los demás.
“El cariño y la admiración son dos de los elementos más importantes
en una relación duradera y gratificante.”
(John Gottman)