Somos responsables de nuestra manera de ver el mundo

La manera en la que percibimos los acontecimientos y el modo de enfrentarnos a ellos puede ser el punto de partida de nuestro comportamiento y actitud ante la vida.

Hoy quiero que reflexiones acerca de estas fábulas y que me digas tu opinión al respecto.

 

La fábula del entusiasmo

 

“En plena Edad Media un peregrino vio en París a tres obreros trabajando con grandes bloques de piedra.”
—¿Qué están haciendo?, les preguntó.
—Cortando piedra, dijo uno de ellos con indiferencia.
—Ganándome unos francos, repuso secamente el segundo.
El tercero suspendió su labor por un momento y con una gran sonrisa y marcado entusiasmo respondió:
—Estoy construyendo una hermosa y espectacular catedral que va a ser la más importante de toda la región”.

 

La fábula del burro

 

Un buen día, un campesino andaba con su burro por el campo y este último cayó a un pozo. El pobre animal lloró fuertemente durante varias horas mientras al campesino pensaba cómo lograr sacarlo de ese lugar. Después de pensar, decidió que como el burro ya estaba muy viejo y el pozo estaba seco, de todas maneras necesitaba ser tapado. No valía la pena sacar al burro del pozo. Pidió ayuda de sus vecinos para que lo ayudaran en esta decisión. Cada uno de ellos se acercó con una pala y empezaron a tirar tierra al pozo.

El burro, al darse cuenta de lo que pasaba, lloró. Pero después de que un poco de tierra entró al pozo, el animal se quedó quieto. La gente no sabía lo que pasaba. El campesino intrigado miró al fondo del pozo y se sorprendió con lo que vio. Con cada porción de tierra echada en el pozo, el burro se sacudía y la pisaba formando un piso cada vez más alto. Pronto todos vieron como el burro llegó hasta la boca del pozo, pasó por encima del borde, salió trotando y haciendo ruidos que probablemente hayan sido de felicidad por su libertad.

 

El roble y la caña

 

Cuenta la historia que en el borde de un extenso lago crecieron muy cerca un roble y una caña. Con el tiempo el roble creció fuerte y robusto. Este siempre miraba a la caña y le decía: “Mira qué pequeña y débil eres. Hasta un simple pajarillo es para ti un grave peso; la brisa más ligera, que riza la superficie del agua, te hace bajar la cabeza. En cambio, mírame, mi frente detiene los rayos del sol, desafía también a la tempestad”. A la caña le daba mucha pena ver como el roble se había convertido en un ser presumido y soberbio. Un día llegó una tormenta muy fuerte. Enseguida la caña se dobló, mientras el roble luchaba con todas sus fuerzas para mantenerse en pie.

Durante un tiempo lo consiguió, pero el tiempo empeoró y la tormenta se convirtió en un tornado. La fuerza del viento fue tal que arrancó el roble. Cuando el temporal amainó, unos leñadores aparecieron y lo cortaron en unas horas. La caña, triste por su vecino, pensó: “Me doblo, pero no me rompo. ¡Qué pena que tanta soberbia y vanidad le hayan llevado hacia tal extremo!”.

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