Acabábamos de llegar de un largo viaje a la vuelta de la esquina. Ahora, cada pasito que dábamos juntas se convertía para ella en una prueba de resistencia, en su triatlón particular. Era una campeona.
Llevaba todos sus años a cuestas, aunque cada vez el pasado le pesaba menos y el futuro era tan inmediato que vivía en un ahora casi permanente.
¿Qué has comido hoy?, ¿vas al fisio esta tarde?, ¿qué tal la pelu? Eran preguntas sin sentido ya. La vida se simplificaba a cada rato.
Hace un momento, en la noche, cuando ya estaba acostada, sentada al pie de su cama, le preguntaba: ¿qué cosa bonita te ha pasado hoy? Y como ella prefería acordarse de lo malo —se había hecho una experta en encontrar lo peor de cada situación—, la pregunta siempre empezaba con la misma contestación: nada. Vale, pero si lo piensas un poquito más, ¿qué has hecho hoy?, ¿con quién has estado?, ¿te ha gustado la comida?, ¿has hablado con los niños?, ¿qué ropa te has puesto?… Y así, poco a poco, su mente iba encontrando recuerdos de un color diferente al negro zaíno. Su cara se iluminaba y una sonrisita pícara de niña pequeña preludiaba una tras otra respuestas alegres que a ella misma le sorprendían. ¿Tanto bueno me ha pasado?, quizá se preguntaba a sí misma. O quizá, como cogida en renuncio, pensaría algo parecido a “esta hija mía qué lista es, no me puedo escaquear”.
Tontunas que nos hacían el encuentro nocturno casi lo mejor de cada día. De ellas apenas hacía un momento. Sólo habían pasado unos pocos meses desde entonces. Desde aquel entonces en el que ella podía pensar en algo que había ocurrido y en algo que fuera a suceder más allá del día siguiente. Y este otro momento convertido en un ahora indivisible en fracciones de tiempo, por muy cercanas que estuvieran.
Me he puesto a escribir esto al llegar a casa con la certeza de que no iba a olvidar lo que me acaba de decir ella y que yo no había entendido, pero…no ha sido así. Sólo guardo el recuerdo de que en esa conversación había sido yo quien no la había escuchado ni, desde luego, entendido.
¿Tengo que preocuparme porque me vaya a pasar como a ella? No sé si sucederá. Lo que sí sé es que preocuparme por llegar a ese sitio no me garantiza no llegar. Y lo que es peor, cómo voy a renunciar a ir de una mano como la suya. Lo recorrería sin rechistar. Por lo que, si voy a llegar, gracias de antemano.
De su sonrisa se desprende una sensación con la que puedo andar la distancia que separa nuestras casas, incluso lloviendo, sin calarme más que de agradecimiento a la vida, a ella que la representa para mí.
De ella, con ella, por ella, para ella y para…mí, aprendo a hacer las preguntas que las dos necesitamos.
¿A quién ves ahora aquí contigo?, ¿quién es ésta que está a tu lado, escabulléndose entre los pliegues de la colcha?, ¿a quién escuchas?, ¿oyes ese ruidito de crujir de sábanas recién planchadas que haces al querer arrebujarte en ellas?, ¿tienes frío o estás a gusto?, ¿cómo te sientes?, ¿a qué te huelen mis manos?, ¿te gusta la crema con la que te acabo de dar le masaje en los pies?…
Cuantísimas preguntas se pueden hacer para centrar la atención en un aquí y ahora presente, eterno, el único momento de la vida que existe en la realidad. Tantas, como la mirada que compartimos ambas, del color de una comprensión que aprende a romper cualquier límite. Una mirada que sabe a aceptación, tierna y firme.
Quizá en otro momento, que espero para un poquito más adelante, aunque prefiero no esperarlo, quizá a la vuelta de otra esquina, las preguntas dejarán de tener sílabas y se pronunciarán con sonrisas calladas y besos sonoros. Y será como volver a gatear por los pasillos de casa bajo la mirada de quien más nos quiere. Y las respuestas serán aún más cálidas, guardando en cada gesto la esencia de todos los gestos bonitos vividos juntas.
Y no habrá preguntas, sólo un estar ahí. Presente y totalidad.
Pero eso será otro día. Ahora y aquí, andamos balanceándonos entre ambas piernas, como en una borrachera de niña pequeña que no acaba de caerse y que, si lo hace, se levanta con un resorte de risa espléndida y mágica.
<<Te propongo un ejercicio>> para dejar de preocuparnos y empezar a ocuparnos de aquello sobre lo que tenemos capacidad de actuar e influir.